Puede ocurrir que el paseante se lo piense. Va andando con determinación pero los estímulos del exterior lo acarician con dulzura. Sus palabras le huelen a recuerdos de infancia, a sueños de adolescencia, a deseos inconfesables. Y, como si fueran de tinta, se dibujaban en el borde mismo de sus límites.
El caminante es humano y por eso piensa; y por eso desea. Sabe de su destino. Conoce la necesidad de esa persona. Ella, que aguarda al otro lado del camino. Junto a su ansia, a su avidez por su posesión extre
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